Porque aprender que los videojuegos se pueden disfrutar más en compañía de alguien es primordial.
Esta es la parte del invierno que anuncia el andar de este nuevo año. Los tintes de nostalgia y melancolía han vuelto a invadir mi alrededor, inspirándome a continuar contando un fragmento más de por qué es que Resident Evil se convirtió no sólo en mi franquicia de videojuegos favorita, sino también en una de las cosas que más cosas positivas ha traído a mi vida.
A partir de que los personajes principales de la historia anterior, Lex y Bet, me dejaran continuar sola con mi viaje gamer para volverse más hacia la vida social (y eventualmente mudarse a otras ciudades para ir a la adultez) tuve que encontrar más formas de continuar nutriendo mi curiosidad aparentemente insaciable por Resident Evil y otras franquicias nacientes del ya bautizado survival horror.
En alguna entrada de mi blog describí cuán personal y compatible conmigo se había vuelto ese género, por lo que era más que una necesidad el seguir conociendo sus historias.
Como recordarán…
El largo periodo de tiempo que recorrió entre mi primer acercamiento con Resident Evil y nuestro reencuentro, no fue una cosa corta; pero durante ese intermedio no estuve sentada en el sillón realmente. Además de descubrir otros gustos o pasiones que definirían posteriormente el ancla de mi personalidad, forjé amistades importantes.
Verán, por aproximadamente veinte años de mi vida continué residiendo en el mismo hogar que albergaba la famosísima habitación de PlayStation. El tiempo cambió muchas cosas pero casi nunca a mis vecinos, así que amisté con la mayoría de aquellos que no tenían mucha diferencia de edades conmigo y solíamos, en algún punto, reunirnos frecuentemente en casa de alguno o bien, en el patio del complejo de edificios.
Solíamos rivalizar con el grupo del edificio vecino, o algunas veces simplemente jugábamos con pistolas de agua o scooters.
De todos ellos, podría decir que mi primer amigo inseparable fue alguien a quien conoceremos como Tochito (porque hasta este día es un dedicado jugador de futbol americano); pero mi primer mejor amigo, compañero y dupla de aventuras infantiles y adolescentes es Dani, un ser humano extraordinario que me enseñó todo lo que sé sobre la amistad.
Sin embargo, a pesar de que conocí a Dani desde básicamente la cuna, Tochito fue con quien más tiempo pasé durante mis primeros años de vida.
Para ese entonces, Tochito también tenía un PlayStation, pero solíamos elegir un tipo de títulos como el desafiante Hércules y creo que también le contagié un poco mi dedicación con Soul Blade. Aún así, no puedo decir que el común denominador de nuestras reuniones eran los videojuegos.
Tochito es hijo único, por lo que tenía un baúl repleto de juguetes que yo ni siquiera sabía que existían: walkie-talkies de los Power Rangers, álbumes musicales de todo tipo de show infantil que se nos pudiera ocurrir, una casa de campaña amarilla adornada con conejos y un largo, larguísimo etcétera.
Básicamente dar unos pasos y tocar la puerta a la casa de Tochito era sinónimo de ver qué novedad esperaría al cruzarla.
No sé cuándo fue que amisté más con Dani, quisiera tener el dato concreto. Pero sí sé que en alguna ocasión su familia estuvo a punto de mudarse permanentemente de ciudad y al verlo despedirse (o casi despedirse) de mi abuela, sentí un aire de desolación extraño. Éramos amigos, pero nuestras mejores historias aún no habían sido escritas.
Al final Dani no se fue, y podemos suponer que a partir de ese momento fue que nos volvimos más amigos. Importante es mencionar que tanto Dani como Tochito, vivían exactamente en el mismo piso que yo, así que encontrarnos era la cosa más sencilla y segura del universo.
Una cosa que influyó muchísimo en el hecho de que Dani y yo nos volvimos mejores amigos fue que en algún punto de 2001 mi abuela tomó la decisión extrema de remodelar por completo nuestra casa, dejándonos por uno o dos meses en un lugar sin una cocina funcional, lleno de polvo y acerrín por todos lados.
Accidentes felices
En un momento de la historia en el que el horrible food delivery y el horror de los smartphones todavía no llegaban para simplificarnos las cosas, las opciones eran dos: ir a una fonda que se ubicaba a media cuadra para desayunar, comer o cenar cosas sencillas o, mi favorita, degustar de la maravillosa comida que la mamá de Dani preparaba para mi familia.
Hasta este día nadie ha superado muchos de sus platillos; puntos adicionales por la mejor agua de sandía que he probado en mi vida.
Esos tiempos eran increíbles porque ir a comer al apartamento de Dani no solamente significaba quedarme a jugar más tiempo con él; sino fraternizar con toda su familia, que siempre me acogió con cariño, que siempre adoré y que siempre consideraré importante.
De todos esos eventos nació el hecho de que Dani y yo nos juntáramos más seguido, creo que también influyeron nuestros espíritus tranquilos. A diferencia de Tochito, nuestra energía no era tan hiperactiva y nos gustaba resolver cosas de forma pasiva o a través del diálogo; nuestras versiones de quizás no más de diez u once años resolvían problemas de formas más maduras que muchos adultos hoy en día.
La amistad que va de generación en generación
Por si hubiese que buscar más: otro punto que reforzó la comunicación y el lazo fue que los dos hermanos de Dani eran también amigos de mi tío, Lex. Este par de hermanos también solía visitar nuestra casa y junto con más amigos de su grupo formaron parte de las retas de PlayStation y posteriormente de GameCube.
En lo que a Dani y a mí respectaba, con el tiempo terminamos siendo sólo él y yo en nuestra pandilla vecinal, porque algunos amigos crecieron, otros se alejaron y, en el caso de Tochito, se mudó temporalmente a otro hogar (y por temporalmente me refiero a años). Debido a ello y los otros factores, nuestras sesiones de gaming incrementaron considerablemente.
Así fue cómo jugamos a más títulos de los que puedo recordar, iniciando en la era de PlayStation. En lo que a Resident Evil respecta, nuestro primer juego juntos fue el icónico Resident Evil 3: Nemesis, y completarlo no fue en lo absoluto una tarea sencilla. Nos fastidiaba el hecho de que sus hermanos, más amigos y mi tío ya habían completado este juego juntos en mi casa, y nosotros apenas estábamos por iniciar la aventura juntos, muy fuera de tendencia.
Fun fact: la envidia era tal que hurté temporalmente la Memory Card de Lex para robarle el archivo de salvado que ya tenía todas las balísticas y atuendos desbloqueadas, y aunque sí llegamos a cargar este archivo, nos sentíamos indignos de no haberlo desbloqueado por nuestra cuenta.
Recuerdo vívidamente que solíamos tardar un buen rato, relevábamos el control y teníamos discusiones cada vez que llegaba un puzzle a nuestra partida. El temible acertijo de la prueba del agua casi al final del juego es el culpable de que casi queramos renunciar a la misión de ayudar a Jill Valentine para lograr su escape de Raccoon City. Quizás nos tomó alrededor de tres semanas o un mes.
Todavía tengo recuerdos de Vietnam cada vez que escucho el agudo sonido de las piezas acomodándose lentamente y el roller que había que activar para mover los bloques.
Sí, hoy sé que ese acertijo en realidad no es tan complicado como parece, pero tomó años de práctica (y atención) el darme cuenta de aquello. Quizás es que Dani y yo teníamos menos de una década de edad e iniciamos el acertijo a lo salvaje, sin analizarlo desde el principio. Pero no nos rendimos, rara vez lo hacíamos; así que lo logramos, finalmente.
Dos infantes, una libreta y decenas de revistas
Como buenos gamers dedicados y perfeccionistas que éramos, teníamos apuntes, por supuesto. Disfrutamos tanto nuestro primer round de Resident Evil 3 que comenzamos a terminarlo una y otra vez con el propósito de adquirir todos los desbloqueables, y la prueba del agua ya no era un lío porque teníamos anotadas y/o dibujadas todas las respuestas que habíamos encontrado, incluyendo las variantes de ese mismo acertijo.
Tuvimos la fortuna de vivir esa infancia maravillosa en la que había que esperar por el siguiente número de nuestras revistas favoritas, o cuando un paseo por el tianguis siempre era sinónimo de encontrar un coleccionable o un fanzine de Resident Evil. Cada que alguno encontraba algo, lo compartía con el otro; desde recortes, hasta artículos de editoriales como PlayStation Max, Tips y Trucos, Club Nintendo, etc.
Nuestra obsesión con Resident Evil 3 no sólo era evidente en las sesiones de juego, también cuando no estábamos inmersos en los videojuegos jugábamos a que él era Carlos y yo era Jill; imaginen un escenario muy à la Rugrats en donde aprovechábamos el diseño industrial y urbano (muy Raccoon City) de nuestro complejo de edificios, para imaginar que estábamos ahí.
Dani consiguió algunas prendas tácticas, pistolas de juguete y yo incluso me corté el cabello del mismo largo que Jill, look que tardé muchísimos años en abandonar, quizás hasta concluir la secundaria. De ahí que hasta la fecha todavía tenga la capacidad de recitar absolutamente todos los diálogos de ese título y muchos otros de la época.
Tuvimos llenadera, en algún punto. Una vez que tuvimos suficiente de Resident Evil 3, decidimos aventurarnos de lleno con Resident Evil 2 (que, como sabrán yo ya conocía, pero con Dani tuve la oportunidad de ser mucho menos backsitter y empecé a notar muchos más detalles que cuando jugaba con Lex y Bet) y ocurrió exactamente lo mismo, logramos resolver la mayoría de las adversidades de las aventuras de Leon y Claire con maestría.
Hasta que llegó el temible Escenario B
Ocurrió para nosotros lo mismo que con muchos jugadores del Resident Evil 2 de 1998 cuando llega a la segunda mitad del juego: todo parece ser “exactamente igual” que en el primer escenario con el otro personaje… hasta que deja de serlo.
Ya saben, hasta que aparece “Mr. X” y… complica las cosas.
La cuestión es que este juego nos tomó mucho menos tiempo porque aprendimos, a la mala, los does and don’ts de Resident Evil anteriormente. Pero nada nos había preparado para la batalla final doble que hay que superar para ver el final “real” de Resident Evil 2.
Nunca olvidaré que tardamos ¡otra vez! semanas, sino meses, en derrotar la versión más poderosa del T-00; el motivo reside en el hecho de que llegamos hasta ese punto en Danger, sin ningún ítem extra de curación y poca munición. Un hardcore mode bastante involuntario.
En pocas palabras, teníamos que terminar el asunto sin recibir un solo golpe.
Fue una pesadilla.
Cuando se es joven y perseverante, siempre hay júbilo al final. Tuvimos que dejar descansar esa frustración a través de otros juegos y otro tipo de entretenimiento. Un mal necesario que sin duda rindió frutos porque cuando volvimos lo hicimos con una determinación tremenda que sólo nos costó un par de intentos más: el alivio y nuestros rostros maravillados con la secuencia final fueron algo invaluable.
La realidad de crecer
La mayoría de las mejores anécdotas que reuní en compañía de Dani y el resto de la pandilla “del B” (nuestro edificio) fueron forjadas durante nuestros últimos años de primaria y quizás parte de la secundaria. Pero a medida que todos fuimos adquiriendo otras responsabilidades, las oportunidades para reunirnos se veían cada vez más limitadas.
Dani y yo continuamos todavía siendo inseparables amigos después de la escuela y las vacaciones eran lo mejor, sobre todo cuando él adquirió un PlayStation 2 con el que jugamos horas y horas de survival horror y otros títulos como Tekken 4, Grand Theft Auto Vice City y San Andreas, y yo un GameCube para seguir por el camino de Resident Evil que todavía en aquellos ayeres se presumía como una exclusiva de Nintendo.
Pero hubo un punto en el que simplemente dejamos de juntarnos para jugar videojuegos y a medida que maduramos aprovechábamos las escasas reuniones para ponernos al corriente de nuestras vidas o platicar. Nos saludábamos apresurados duranate los encuentros casuales en los pasillos del edificio y una que otra vez teníamos la oportunidad de quedarnos un rato a chismearnos alguna novedad.
Recuerdo que hubo una etapa algo oscura de mi vida en la que inconscientemente terminé varada en una depresión y ansiedad en la adolescencia que me llevó al aislamiento, o al menos a una versión obligada de ello. Resident Evil (Remake) y Zero en 2002 fueron la cura, o por lo menos el entretenimiento que necesitaba para sobrellevar esa etapa.
Paralelamente continué con estos otros intereses que mencioné en la entrada pasada de esta sección: dibujar, diseñar, escribir y posteriormente aprender idiomas (que, por cierto, las lecturas en Resident Evil se volvían cada vez más complejas, al grado de que tenía que pasar horas en diccionarios traduciéndolas y así, como muchos otros gamers, aprendí inglés).
Mis amigos adquirieron otros intereses u otras responsabilidades. Dani, por ejemplo, siempre fue un alumno destacado en la escuela, era responsable y cumplido con las tareas y dedicaba empeño a estudiar; yo era todo lo contrario en ese sentido. El déficit de atención me hacía perseguir la dopamina en algo que me hiciera sentir más recompensada; Tochito regresó pero estaba aún más involucrado en el futbol americano, por lo que era raro coincidir con él; el resto simplemente se alejó porque tenían niveles más avanzados en la escuela.
El aislamiento se convirtió en algo tan normalizado por mí misma que comencé a disfrutarlo.
Hasta que llegó Resident Evil 4
Resulta que Resident Evil 4 no solamente representó un cambio radical en los modos de la franquicia; también llegó en un año que fue de giros de tuerca para mi vida.
Este título fue lanzado sólo meses antes de que finalizara mi último año de primaria, yo llevaba años anticipando este lanzamiento que puedo considerar el primero que tuve la oportunidad de seguir paso a paso gracias a las múltiples publicaciones de las que ya era ávida lectora. Pero no fue hasta que transmitieron el tráiler en Atomix TV (vía Canal 11 en la Ciudad de México) que mis amigos del salón entendieron por qué tanta anticipación de mi parte.
Gracias a ello pude fraternizar más con ellos y afortunadamente para todos, los Reyes Magos hicieron buen trabajo a su llegada ese año porque llegaron con GameCubes y/o dinero que mis amigos invirtieron en su copia del juego, hacia el 11 de enero de 2005.
Los meses siguientes nos dedicamos a exprimir la obsesión por lo que consideramos el juego más espectacular que habíamos podido tener hasta entonces; incluso organizamos una obra de teatro con la misma historia para una clase de español que era el trabajo final del curso. Me considero responsable por la sugerencia del tema, pero a nadie pareció molestarle.
La buena noticia es que hoy conservo esas amistades, la mala es que Pam de aquel entonces no lo sabía; pensaba con mucha preocupación que luego de la escuela jamás volvería a saber de ellos, y que en la secundaria no encontraría amigos con los cuales pudiera compartir ese gusto.
La realidad fue distinta, porque Resident Evil 4 siguió siendo un tema fresco de conversación en la escuela, y gracias a él, nuevamente pude fraternizar con aquellos que puedo considerar mis mejores amigos de la secundaria que también gozaban de compartir sus tips y trucos de videojuegos, revistas y más curiosidades.
Aún así, durante esos años la tarea consistía en disfrutar de mis juegos en solitario; ese mismo año fue el que Lex eligió para mudarse de casa a otro estado del país, por lo que básicamente el famoso cuarto de PlayStation se convirtió en mi herencia; me deprimí porque fue complicado no tener a la figura más cercana de hermano que había tenido y por ende, la cantidad de visitantes se redujo considerablemente porque casi nunca tenía permiso de hacer invitaciones.
Siempre hubo buenos refugios emocionales que además curaban mi alma como un First Aid Spray.
Los lazos fuertes nunca se rompen
Al no sentirme enteramente cómoda con la compañía en casa, aprendí a encontrar comunidades relacionadas a mis intereses en internet. Así me volví ávida participante de foros y conocí un montón de amistades que hasta este día continúan compartiendo el gusto por esas mismas cosas conmigo. Estoy segura que irán a mi boda algún día con invitaciones de honor.
No puedo decir que a mis treinta años, muchas cosas han cambiado en esencia. Casi veinte años después de esa transición de la infancia a la adolescencia, creo que eso es algo bueno porque sólo ha perdurado lo más positivo de entonces, principalmente todas las amistades que atesoré, como Dani.
Hace diez años, justo en estas fechas, fue que me senté por última vez con él a “revivir los viejos tiempos”, jugando el modo cooperativo de Resident Evil 6. Fue muy peculiar el, efectivamente, REvivir nuestros años de infancia tratando de llegar al final de las campañas del juego.´
No recuerdo con exactitud cuánto tiempo nos tomó, pero sé que nos apoyamos mutuamente en la ardua misión de encontrar todos los medallones para dedicarnos a conseguir el Platino en el juego, y así fue. También pasamos horas y horas aprendiéndonos todos los mapas y hacks de The Mercenaries para llegar a ese objetivo.
A pesar de que la vida adulta nos absorbió a ambos con carreras demandantes, el inicio de relaciones romantico-afectivas duraderas, y el hecho de que ahora vivimos en lugares distintos de la misma ciudad, Dani y yo conservamos a la distancia nuestra amistad que aún considero una de las mejores que he tenido.
Y los apartamentos que construyeron tantas historias entre nosotros continúan existiendo sin nuestra presencia, algunas veces me encuentro con sus padres cuando visito a mis abuelos (y quizás viceversa) y siempre es grato saludarles con el mismo cariño de siempre.
Hoy, al recapitular todo esto que es un gran resumen de años de buenos momentos, me es imposible imaginar qué es lo que hubiera sido de mi vida si todo ello hubiera estado ausente en ella.
Resident Evil sí que fue un eslabón importante en el forje de aquellos lazos, por lo que esto también refuerza el motivo por el que inconscientemente continuaba siendo una fan de la franquicia e incluso hoy me doy cuenta de que ella se volvió un diamante porque es el ancla de muchos aspectos importantes de mi formación, de alguna forma.
Mientras que Dani (la persona más noble y sensata que conozco) me enseñó de forma natural el cómo funciona una amistad sana y duradera, hay más personajes importantes en esta historia que me enseñaron más cosas fundamentales y con las que, muy casualmente, fraternicé gracias a Resident Evil.
Así que espero que se queden conmigo en los próximos capítulos de esta historia.
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